martes, 7 de junio de 2016

Cárcel de huesos


En una cárcel de huesos,
para encerrar mis latidos.

Así me siento.

Soy ánfora de sangre y carne,
para guardar tu aire.

Así me siento.

Cuarteada la piel, 
sin la humedad de tu boca.

Así me siento.

Herido por el roce
de un aliento lejano.

Abrasada la piel
ante el mínimo gesto de tus manos.

Con la música y tu voz,
arrasándome centímetro a centímetro.

Así me siento.

Has roto los confines del cielo,
con el filo de un jazmín.

Acariciado las nubes,
con la suavidad de una cuchilla.

Profunda herida,
bella y dolorosa.

Así me siento.

Consumido por tu aliento.


Fotografía: Guillermo Asián




Ruido


Al final lo único importante era el ruido
los cristales rotos
y las falsas risas.

Ni las sombras eran ya refugio
ni los cristales oscuros una máscara.

Seguir el ritmo de todos los demás,
formar parte del ballet, 
poder contar que eras ¿uno?

Cuando lo único importante era el ruido
y ya no sabías distinguir tu voz
del choque de los vidrios
ni de las risas falsas.

Te hubiera bastado una mirada
para encontrarme otra vez.



Azul


¿Y si descubro la gota azul
en este mar oscuro?

¿Cómo no perseguirla hasta el último aliento?

¿Me permites bañarme
en tantas aguas grises
hasta encontrarte?

¿Me permites rodearme
de otros colores
cada día?

¿Me perdonas
mis deslices?

¿Cómo no perseguirte hasta el último aliento?

Eres la única,
aunque todo parezca
lo contrario.

Eres la única,
aunque no pueda
beberte.

¿Me perdonas
mi tardanza?

¿Cómo no perseguirte hasta el último aliento?

¿Cómo no buscarte sólo a ti?